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lunes, 27 de febrero de 2012

Una corta historia sobre las ganas de vivir/ A short story about the will to live



La mayoría de las veces cuando utilizo el tranvía al ir y al volver del trabajo he notado una situación muy particular y curiosa, al quedar la vía del tranvía apartada por unos cuantos metros de las aceras debido a que su recorrido va por el centro de una avenida muy ancha llamada "Avenida Diagonal" no siempre los usuarios podemos llegar justo a tiempo para montarnos en él, algunas veces porque el metro se retrasa unos minutos otras veces porque porque salimos un poco tarde del trabajo, lo cierto es que cuando notamos que el tranvía ya está en la parada y estamos un poco lejos, la tendencia es a correr para no tener que esperar al siguiente (que normalmente tiene una frecuencia de entre 8 y 20 min. dependiendo si es fin de semana o día laboral) esa pequeña carrera la comparo con las ganas de vivir, algunas personas lo dan todo de si en ese pequeño trayecto esforzándose al máximo para conseguir su objetivo que es tocar el botón de la puerta, otras corren mucho hasta la mitad y luego se dan por vencidos, los hay que corren hasta llegar a solo unos metros y se detienen justo al estar a unos pasos, algunos otros solo corren como sin ganas siendo una posible razón, según mi deducción, el hecho de que lo hacen pensando que ya no lo van a lograr y por lo cual no merece la pena darlo todo, es decir antes de comenzar ya se dan por vencidos, la misma actitud puede extrapolarse a las situaciones cotidianas de la vida...
Lo que si que es realmente emocionante es lograr pulsar ese maravilloso botón verde y ver como se ilumina activando la apertura de la puerta, puerta que te permite entrar al mismísimo cielo de la satisfacción de un pequeño logro personal.

ENGLISH

Most of the time when I use the tram to go home from work and i´ve noticed a very particular and peculiar situation, for being the tram by a few meters away from sidewalks because its route goes through the center of a very wide avenue called "Avenida Diagonal" users can not always arrive just in time to hop on it, sometimes because the subway that connects with it is delayed a few minutes sometimes because we left a little late because of work, the fact is that when we notice that the tram is already on the tram stop and we are a bit far, the tendency is to run to avoid having to wait for the next (which typically has a frequency of between 8 and 20 min. depending on whether it's a weekend or weekday) that little race compare it with the will to live, some people give everything whether in that small way to make every effort to achieve your goal to touch the button on the door, but others are much halfway and then give up, there are some running up to a few meters and stopped just being a few steps, some others are just as unwilling to be a possible reason, in my deduction, the fact is that they do not think that they will achieve and which is not worth giving everything, that is why just before they start they have given up, the same attitude can be extrapolated to everyday situations of life ...

What is really exciting is to press the green button and see how it lightens itself and activates the door opening, door that lets you enter to the  heaven of satisfaction of a small achievement.


miércoles, 9 de febrero de 2011

Cargando el Venado

Estaba un hombre a la orilla del camino sentado en una piedra, bajo la sombra de un frondoso arbol. Se le miraba triste, meditabundo, cabizbajo; casi, casi a punto de soltar el llanto.
Así lo encontró su compadre y amigo de toda la vida, quien acongojado al verlo en tales fachas, le preguntó el motivo, causa o razón que ocasionaba que él se encontrara en situación tan deprimente.
- ¡Ay! Compadre-contestó el interpelado, – ¡tu comadre! ¡Tu comadre! Esta noche la mato o la suicido, pero de que se muere, se muere..
- No te pongas así compadre, mejor dime,  por qué la quieres matar, a lo mejor te puedo ayudar a encontrar una mejor solución al problema.
El compadre, después de limpiarse sus ojos todos llorosos y su nariz moquienta, empezó con su relato.
- Mira compadre, tú sabes que somos muy pobres y en nuestra humilde casa la única forma de acompañar los frijoles es con un pedazo de carne que tengo que conseguir yendo de cacería al monte. Me tengo que ir con mi vieja escopeta, pasar varios días de sufrimiento y penalidades, salvándome de milagro de los peligros del monte, esquivando víboras, al tigre y la onza. Soportar la terrible comezón que me producen las guiñas, garrapatas y piquetes de moscos, y por si esto fuera poco, aguantar cómo me caía hasta los huesos el frío y la soledad de las noches. Luego, por fin, si la suerte me socorre y logro cazar un venado, todavía tengo que cargarlo hasta el rancho y subir la cuesta de la loma donde está mi casa. Todavía no alcanzo resuello cuando aparece mi señora con el cuchillo en la mano e inmediatamente empieza a repartir el venado entre vecinos y familiares. Que una pierna pa’ doña Juana, Que otra pa’ doña Cleo, Que este lomito pa’ mi mamá, que esto pa’llá, Que esto pa’cá y a los dos o tres días allí va tu tonto otra vez de cacería. ¡Pero ya me cansé y esta noche mínimo la mato!
El compadre de aquél iracundo desdichado, después de meditar un momento le dio la solución:
- Invita a tu mujer a cargar el venado.
- ¿¡Qué!?
- Sí, sí. Mira. Pero no le digas las penurias que se pasan para cazar el venado. Mejor píntasela bonito.  No le hables de las espinas ni los peligros, ni del frío ni el calor. Dile que la invitas a la cacería para que disfrute de los bellos paisajes, del esplendor de las estrellas que te cobijan en la noche, de los manantiales cristalinos que reflejarían románticamente sus imágenes, de sus exquisitas aguas, del aire fresco del monte, lleno de oxígeno, de la graciosa manera en que camina el venado, como si fuera un bailarín de ballet, del dulce canto de los grillos y los pajarillos silvestres, en fin.
El compadre siguió el consejo. Por supuesto la convenció. La mujer, entusiasmada, se fue con la falda larga hasta el tobillo, Al cruzar las primeras zarzas se redujo a minifalda porque la prenda quedó desgarrada entre las púas.  La blusa quedó toda en jirones. El calzado se le rompió por los difíciles caminos y las piedras y las espinas la hicieron sangrar. Agarró garrapatas por todo el cuerpo. El sol le quemó la piel. El pelo se le maltrató: le quedó tieso y desparramado como estropajo. Las manos le quedaron encallecidas al abrirse paso entre el espeso monte. Estuvo a punto de sufrir un infarto al toparse con una enorme víbora. Muerta de hambre, su imagen parecía sacada de un cuento de ultratumba.
Por fin, después de tantos martirios, un día encontraron al venado.
Ella tuvo que contener el aliento y el hombre sigiloso, con la astucia y agilidad de un gato, se acercó a su presa, y con la mirada de un lince localizó el blanco justo para liquidar al escurridizo animal. ¡Bang! Y el venado había muerto.
La mujer no cabía de júbilo pensando que su sufrimiento había terminado, pero no era así.
- Ahora, mi amor, quiero que cargues el venado para que veas lo bonito que se siente – le dijo el hombre masticando rabiosamente cada una de sus palabras.
La mujer casi se desmaya ante la desconocida mirada asesina de su marido, pero ante la desesperación por regresar a su hogar no tuvo aliento ni para replicar y cargó el venado hasta su casa cruzando veredas y montañas.
Cansada, con las piernas abiertas, jadeando y casi muerta, a punto de saltársele el corazón, llegó y depositó el animal  en la sala de su casa.
Los niños y sus amiguitos, hijos de los vecinos, salieron a recibir a sus papás cazadores y acostumbrados a la repartición, le dijeron a su mamá con alegría:
- Mamá, apúrate a repartir el venado porque la mamá de Pepito ya está desesperada.
- ¿Qué pedazo le llevo a mi tía?, le dijo otro.
La señora, tirada en el piso, hizo un esfuerzo sobrehumano para levantar la cabeza y con los ojos inyectados de sangre volteó a ver a los niños y agarrando aire hasta por las orejas, les gritó:
- ¡¡¡ Este venado no me lo toca NADIEEEE !!!   y tú Pepito, ve y dile a tu mamá que vaya mucho a CHx#&%=”  A  SU   M#&”=
“REFLEXIÓN”
Para valorar el esfuerzo ajeno y respetar en su real dimensión el trabajo de los demás, todos debemos aprender a “cargar el venado”.
La experiencia adquirida con el paso de los años nos ha enseñado:
Que sólo se valora aquello que se ha adquirido como resultado de nuestro trabajo.
Que sólo cuidamos aquello que nos ha costado esfuerzo, sudor y sacrificio.